KANTOS-NACONI-02

LEYENDA DE KANTOS

Inspirado en la historia real de Kantos

‹‹Más allá de las montañas, cerca de lagos y prados, estaba el inmenso bosque de coníferas; unos árboles conocidos por sus conos o frutos puntiagudos, las piñas. Entre pinos, abetos y enebros, los cedros eran los más altos y fuertes. Los más admirados y, también, los más envidiados, pues ellos tenían algo que los demás anhelaban poseer: la rosa de Kantos; una rosa de madera que otorgaba el poder de la felicidad.

Todo comenzó con el pequeño Kantos, un niño generoso y alegre que vivía en el corazón del bosque, al cobijo de los cedros. Lo que más le gustaba era hacer felices a los demás. Un día, el niño descubrió que las personas se alegraban sobremanera al recibir una rosa, así que decidió regalarlas a lo largo de toda su vida. Obsequió con rosas a su madre, a su padre. A sus hermanos, a sus abuelos. A todo el mundo.  

El pequeño Kantos era algo tímido y, debido a su vergüenza, daba las rosas de forma simulada, de modo que la rosa parecía esconderse bocabajo entre su diminuta mano.

Mientras tanto, en el corazón del bosque de los cedros, corría el rumor de que los árboles deseaban más que nada en el mundo imitar al pequeño Kantos. ¡Soñaban con ser como él! Anhelaban su risa contagiosa y admiraban su espíritu bondadoso.

Los árboles, gigantes observadores de todo cuanto acontecía cerca del poblado, acompañaron al niño hasta que se hizo muy, muy mayor. Pasaron los años y Kantos llegó a ser un pequeño gran abuelo. Pero nunca se olvidó ni dejó de regalar rosas.

El pequeño, ahora convertido en un viejo sabio muy cariñoso, ya próximo a la hora de dejar nuestro mundo, pidió un último deseo a sus más allegados, a su familia: la voluntad de ser enterrado bajo el gigante cedro al que tanto había venerado en vida. Y así fue.

Al invierno siguiente, ocurrió algo insólito en el mundo de las coníferas. El fruto desprendido por el cedro cayó a la tierra bocabajo, pasando desapercibido para la gran mayoría de los mortales.

Sin embargo, alguien que andaba por allí se detuvo a mirar la tierra y alzó la vista hacia la copa del árbol, en concreto hacia las piñas puntiagudas que colgaban de las ramas. Volvió a fijarse en el suelo y se encontró algunas escamas esparcidas entre sus pies. Al pisarlas, crujieron, lo que llamó poderosamente su atención. Se agachó para recogerlas, pero atrapó con el puño el fruto que estaba justo al lado. 

Se sentó apoyado en el árbol. Abrió la mano, le dio la vuelta y aquello que parecía ser una piña no lo era en absoluto. Se dio cuenta de que tenía entre sus manos una fantástica, única e inigualable rosa de madera. La rosa de Kantos.

El hombre se sorprendió tanto que su corazón se ensanchó de alegría, emocionado por la belleza de la rosa, y decidió regalárselo a su mejor amigo. Éste, guiado también por un impulso superior y el deseo inevitable de hacer feliz a otros, se la dio a su padre. Y así pasó de mano en mano, contagiando felicidad en una cadena interminable de personas.

 

De esta manera, el pequeño Kantos se convirtió en leyenda. Y también el cedro, en el único árbol del bosque de coníferas al que pertenece la rosa de Kantos››.

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